“Actos inexplicables”, Nacho Vegas

Villana-1

 

Publicado originalmente en Indistanea. Por Javier Escorzo.

 

En 2001 Nacho Vegas publicó su primer LP en solitario, pero por entonces el asturiano contaba ya con una larga carrera a sus espaldas. En la década de los noventa había participado activamente en la creación de la nueva escena alternativa, eso que hoy se conoce como indie y que para muchos se ha convertido en el nuevo mainstream. Lo hizo en bandas como Eliminator Jr. y Manta Ray. Sin embargo, Nacho no se sentía cómodo con algunos de los clichés que había adoptado aquel movimiento, como el hecho de cantar en inglés y el mimetismo musical respecto a los grupos anglosajones en los que se inspiraban.

Estas dos razones fueron determinantes para que Nacho abandonase Manta Ray, dando inicio a una brillante carrera en solitario. Otro motivo fue, evidentemente, el giro estilístico que quería imprimir a su música, acercándose a otras influencias más clásicas (Dylan, Drake y Cohen eran algunas de las más evidentes). Y tras varios EP en los que comenzó a esbozar este nuevo rumbo, en 2001 presentó uno de los mejores discos de debut del rock español.

“Actos inexplicables” era el título del álbum, y también el de su primer corte, una pieza instrumental con aromas de western crepuscular que nos remite por primera vez a la música de raíz americana. En las entrevistas de la época, Nacho explicaba que hacer música era para él una necesidad, una manera de poner orden en el caos interior… un acto inexplicable.

Tras esa introducción, el sonido grave y profundo del contrabajo marca el inicio de ‘Al norte del norte’, que contiene muchas de las señas de identidad de su música: la letra larga y de tono confesional (está escrita como si fuese una carta). La voz débil y apocada que, más que cantar, recita. Y el empleo del  término “norte”, no como punto cardinal, sino como estado de ánimo extremo.

Porque en realidad, casi todos los elementos que el asturiano ha ido perfeccionando en trabajos posteriores ya están presentes en su primer álbum. La humedad que se filtra en tantas de sus canciones aparece por primera vez en la misteriosa ‘Seronda’, donde encontramos también esas noches sin dormir, sin pensar, sin soñar y sin sentir, que quizás sean las mismas noches árticas y anestesiadas que pueblan su discografía. Su querencia por el folk se hace patente en ‘Que te vaya bien, Miss Carrusel’ (adaptación al castellano de ‘Fare thee well Miss Carousel’ de Townes Van Zandt, músico que volverá a aparecer años más tarde en la letra de ‘La pena o la nada’). Y la sordidez que en muchas ocasiones ha utilizado, quizás para contrarrestar la belleza y el clasicismo formal de sus composiciones, está ya presente en algunos recodos de la letra de ‘El camino’.

Musicalmente se trata de un disco sobrio, elegante y eminentemente acústico, cocinado a medias entre Nacho y su sempiterno productor, Paco Loco. Contaron con la presencia de varios músicos adicionales, pero no es un disco de banda, fueron ellos dos los que hicieron la mayor parte del trabajo. En la recta final del álbum las canciones se aceleran y se visten de electricidad (‘Blanca’ y ‘Molinos y gigantes’). Precisamente estos dos cortes contienen claras alusiones a las drogas, otro de los temas recurrentes en su discografía. Recordemos que, en los primeros años de su carrera solista, se forjó un personaje en torno a Nacho Vegas que a punto estuvo de devorarlo. Él mismo contribuyó a crear aquella imagen de poeta maldito y atormentado, pero supo escapar a tiempo de su propia leyenda. Lo hizo cuando comenzó a ser más comedido en las entrevistas y, también, gracias al uso del humor en sus canciones, algo de lo que todavía apenas hay rastro en “Actos inexplicables”.

Pero si hay una canción que sobresale sobre el resto, esta es, sin lugar a dudas, ‘El ángel Simón’; un monólogo descarnado de más de ocho minutos en el que Nacho se dirige a su padre muerto con pena y dolor, pero también con rencor y con rabia. Por su sinceridad y su carga emocional, ‘El ángel Simón’ golpea al oyente y lo deja noqueado. Y ahí reside la grandeza de esta canción, y por extensión, de este disco y de este artista: en que lo muestra todo, incluso lo que no queremos ver.

Algunos artistas, no demasiados, son capaces de alcanzar similares cotas de belleza a las que Vegas exhibe en sus canciones. Pero son muy pocos los capaces de mostrar el dolor y la desolación con la profundidad y exactitud con la que él lo hace. Una suerte de honestidad brutal, utilizando la terminología de su admirado Calamaro, ante la que resulta imposible permanecer indiferente.

 

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