Conciertos / Duncan Dhu, Pamplona (Baluarte, 01/11/2013)

Duncan Dhu-44

 

Por Javier Escorzo. Originalmente publicado en Indistanea.

 

Dicen que los recuerdos envejecen con arrugas bellas. Que la nostalgia solo sirve para contar estrellas. Eso canta Duncan Dhu en una de sus últimas canciones, y eso fue lo que hicieron el viernes pasado en Baluarte: echar la vista atrás para recuperar lo más hermoso de su pasado, que es mucho, pero sin caer en nostalgias autocomplacientes e improductivas. No debería sorprender. La nostalgia que lamía las playas de sus canciones nunca impregnó sus actos, y sigue sin hacerlo en la actualidad.

El de Pamplona fue el primer concierto en España de su gira de regreso. Venían a estrenar en directo “El duelo”, un mini LP de seis canciones que ha vuelto a situar al dúo en primera línea de la actualidad musical. También aprovecharon para presentar en sociedad algunos pasajes del bellísimo “Crepúsculo”, el álbum que grabaron en 2001 y que no quisieron llevar a los escenarios. Es decir, buena parte del repertorio estuvo formada por canciones nuevas.

Y así fue como empezó la actuación. Tras una introducción musical a cargo de Bob Dylan y Johnny Cash (“Girl from the North Country”, una elección en absoluto casual), el telón del Baluarte se abrió mientras Duncan Dhu atacaba los primeros acordes de “Cuando llegue el fin”, el single que adelantó su último trabajo. Le siguieron “Nada”, “No dejaría de quererte” y “Siempre (al abandonarnos)”, temas extraídos de los ya citados “El duelo “ y “Crepúsculo”. El público observaba con atención, asomándose a la hondura poética de las letras y disfrutando los exquisitos arreglos instrumentales.

Llegó entonces el momento de rescatar las primeras perlas del pasado. “Rosas en agua” y “A tientas” cambiaron los arreglos británicos que lucieron antaño por otros más americanos y rugosos. La antibelicista “Rozando la eternidad” perdió su aire marcial y sonó más enigmática que nunca gracias a la guitarra de Joseba Irazoki. Fue la primera gran ovación de la noche, preludio de la que provocó “A tu lado”, en una versión de preciosistas arreglos acústicos y con Diego a la armónica por primera vez.
A pesar de las diferencias cronológicas y estilísticas de las canciones originales, todas sonaron bien ensambladas, adaptadas al actual sonido de Duncan Dhu. Y ese mérito hay que atribuírselo a la banda: Joseba Irazoki y Fernando Macaya en las guitarras, Mikel Azpíroz en los teclados y Carlos Arancegui en la batería. Cuatro músicos de trayectorias más que contrastadas que pusieron su talento al servicio de las canciones, llenándolas de detalles y dándoles una nueva vida.

En el ecuador del concierto comenzó el aluvión de éxitos. “Una calle de París” fue el primero de ellos, al que siguió una irreconocible recreación de “La casa azul”, muy diferente de la que conocimos en “Supernova”, aunque igualmente cautivadora. Sus estrofas arrancaron al público de los asientos por primera vez. Entre tanto clásico sorprendió encontrar una arrolladora versión “No debes marchar”, uno de los muchos tesoros que escondía “El grito del tiempo”. La armónica y, especialmente, la voz rota de Diego dibujaron nuevas espinas en el tallo la siempre emocionante “Rosa gris”. Todas las canciones sonaban diferentes y puestas al día, pero sin perder un ápice de su encanto original. Buen ejemplo de ello fueron “En algún lugar” y “Palabras sin nombre”, que pusieron el auditorio definitivamente patas arriba y cerraron (en falso) la actuación.

Pero nadie se creyó que aquello fuese el final. Todavía quedaban demasiadas cosas en el tintero y los músicos tuvieron que volver al escenario. La gaviota pendenciera que sobrevuela los aires arrabaleros de “Llora guitarra” se encontró con sus compañeras en el que quizás sea el mayor de los himnos de Duncan Dhu: “Cien gaviotas”, que contó con una brillante introducción de guitarra a cargo de Fernando Macaya. El presente y el pasado se miraban a los ojos y no desentonaban.

A estas alturas el patio de butacas se había convertido en una auténtica fiesta. El público celebraba cada canción como se celebra la vigencia de los buenos recuerdos, los que consiguen perdurar en el tiempo. A fin de cuentas, ¿qué es la música sino eso? El último bis hizo las veces de traca final. “Esos ojos negros”, “Entre salitre y sudor” (vestida de country) y una electrizada “Mundo de cristal”.

Ahora sí, todo estaba dicho. Mikel y Diego se despedían satisfechos. Sus canciones, las de antes y las de ahora, siguen siendo necesarias en 2013. Se notaba en las sonrisas del público, en sus rostros complacidos y en sus ojos. En sus ojos ves que de dan las gracias por volver. Hasta pronto, Duncan Dhu.

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