Crónica / Rodrigo Mercado & Rosendo, Pamplona (Navarra Arena, 20/10/2018)

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Texto y fotos, por Javier Escorzo.

Publicado originalmente en Diario de Noticias.

 

CONCIERTO DE RODRIGO MERCADO & ROSENDO

FECHA: 20/10/2018
LUGAR: Navarra Arena
INCIDENCIAS: En torno a cuatro mil personas. Se trataba, muy posiblemente, del último concierto de Rosendo en Navarra, por lo que nadie quiso faltar a la cita. Público de todas las edades muy involucrado en la actuación.

AGRADECIDOS A ROSENDO

La del sábado fue una noche de contrastes. Por un lado se estrenaba, en lo que a eventos musicales se refiere, el imponente Navarra Arena. Por otro lado, se despedía de esta tierra un rockero que siempre tuvo muchos seguidores por aquí: Rosendo.

Respecto al Navarra Arena, y al margen de todas las polémicas que han rodeado su edificación, solo cabe rendirse a la evidencia y afirmar que es un auténtico lujo contar con un recinto así en Pamplona. Tiene el encanto de los juguetes recién estrenados y es posible que deslumbre el brillo de la novedad, pero con una primera visita ya puede verse que no se ha dejado ni un detalle al azar: buena visibilidad desde cualquier ángulo, excelente acústica (salvo alguna pequeña reverberación en momentos y lugares muy puntuales), barras de comida y bebida suficientes y bien situadas, wi fi abierto y gratuito para todos los asistentes, trato amable y diligente por parte de la organización… En su máxima capacidad, está preparado para acoger eventos de unos once mil espectadores, aunque también ofrece otras posibilidades: en el concierto de Rosendo, por ejemplo, unos telones negros cubrían las gradas superiores, evitando la desagradable sensación de vacío. También se puede jugar con la ubicación del escenario, adelantándolo o retrasándolo en función del número de espectadores y pudiendo albergar por tanto eventos multitudinarios, pero también otros de menor aforo. De esa manera se consigue que, con unas cuatro mil entradas vendidas, uno tenga la misma sensación de olla a presión que en el mítico Anaitasuna (aunque, evidentemente, todavía le falte toda la épica que el viejo pabellón ha fraguado a lo largo de las décadas). Un recipiente perfecto que, esperemos, las iniciativas públicas y privadas sepan llenar de contenido.

Centrándonos en el concierto, el primero en actuar fue Rodrigo Mercado (por si queda algún despistado, hijo de Rosendo). Venía a presentar su nuevo trabajo, el epé “Dame voz”, y lo hizo acompañado por una banda con guitarra, bajo, teclados y batería. Una formación clásica que envolvió con pulcritud y solvencia las canciones de Rodrigo. Tras unos inicios en los que se dedicaba al reggae, ahora se mueve en hechuras de pop rock más clásico, desde luego, mucho más edulcorado que los perdigonazos de lija que dispara su padre, sí a las siempre odiosas comparaciones hemos de recurrir. El mejor momento llegó con ‘A remar’, original de Rosenso, que cosechó una cariñosa ovación.

Aunque Rodrigo había salido con retraso sobre el horario previsto, parece que recortó el repertorio, porque Rosendo comenzó con exquisita puntualidad. Como era de esperar, en cuanto pisó el escenario, se hizo el delirio. Y es que si siempre ha levantado pasiones, ahora lo hace con más motivo, ya que está en su última gira, al menos en una buena temporada. No es el suyo un adiós cualquiera, pues hablamos del origen reconocido y reconocible de una manera de entender el rock en nuestro país, con guitarrazos a lo Rory Gallager, sonido seco, letras enrevesadas y voz insolente. Nos queda su obra, claro, a la que siempre podremos regresar, pero será extraño no volver a escuchar nuevos discos ni disfrutar de más conciertos de esta auténtica leyenda del rock nacional.

De todas formas, Rosendo se está despidiendo con la misma humildad con la que se ha comportado siempre y en realidad esta postrera gira no se diferencia en exceso de las anteriores. En este caso, a diferencia de su último concierto en Burlada, había tres enormes pantallas en la parte trasera en las que proyectaban imágenes que ilustraban las canciones. Por supuesto, vino con la misma banda (sus inseparables Rafa en el bajo y Mariano en la batería). No hubo invitados. El repertorio, muy similar, rescatando lo más notable de su extensa discografía; es decir, himno tras himno, sin ninguna concesión. En los primeros compases sonaron ‘Por meter entre mis cosas la nariz’, Cosita’, o ‘El ganador’. El público, especialmente el de las primeras filas, total y absolutamente entregado, coreando el nombre del artista y cantándole entre tema y tema “No te retires”, a lo que el de Carabanchel respondía con tímidas sonrisas y lacónicos agradecimientos. Después, ’No dudaría’, la versión de Antonio Flores, más distorsionada que la original, ‘Y dale’ o ‘Soy’ precedieron a un tramo final histórico. “La mayoría de vosotros no había nacido cuando yo ya cantaba esta canción”, dijo para presentar ‘El tren’, cuyo lisérgico solo de guitarra desató la euforia de la parroquia. El listón estaba alto, pero ya no se iba a bajar ni un solo milímetro: ‘Masculino singular’, ‘Pan de higo’ y ‘Navegando’ o, ya en los bises, ‘Agradecido’, ‘Loco por incordiar’ o la indispensable y eterna ‘Maneras de vivir’.

Teóricamente, ahí terminaba el concierto. No había más canciones en el repertorio previsto. Los músicos saludaron y se retiraron a camerinos. Por megafonía comenzó a soñar la sintonía. Parecía que todo había acabado, pero allí no se movía nadie. Lo había dicho el propio Rosendo: “Pamplona y Navarra me han dado mucho cariño en todos estos años, tengo muchos amigos aquí”. Nos lo debía y, sobre todo, se lo debíamos. Y el trío volvió a salir, Rosendo todavía sujetando la toalla con la que se secaba el sudor. ‘Qué desilusión’, de Leño, selló la despedida. “Es solo una canción y me siento mejor”, reza su estribillo. En realidad son muchas canciones, Rosendo. Y muchos años. Agradecidos. Eternamente agradecidos.

 

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